Por Miguel Recio
“El que tiene un derecho no obtiene el de violar el ajeno para mantener el suyo«, José Martí (político y escritor cubano).
Desde hace un buen tiempo el tema de la delincuencia ha tomado ribetes preocupantes y que se denota en las encuestas serias que se publican en los periódicos nacionales como uno de los problemas más acuciantes que afectan a la población en general.
Crímenes como los que se han estado registrando en los últimos tiempos escandalizan a la sociedad. Pero esos son los que por su naturaleza y a quienes afectan, salen como noticias de primer orden.
Los que día a día se materializan en contra de la población trabajadora y que quiere vivir en paz, no se registran y pierden importancia estadísticamente hablando, porque en la mayoría de los casos el agredido deja las cosas así y solo atina a decirle a sus allegados que se cuiden en las calles, no importa la hora, están atracando a cualquiera sin el menor reparo.
Comienzan los señalamientos y las culpabilidades por doquier. Pero en el fondo todos sabemos que anda mal desde hace tiempo en este paisaje. Les pedimos dureza a las autoridades policiales, pero sabemos que la justicia fue adulterada satisfaciendo a los delincuentes con todos estos mecanismos “modernos” que lo que han hecho es darle más herramientas de defensa a los que viven del desorden.
De los delincuentes de cuello blanco, ni hablar. Esos tienen dinero para realizar los entuertos más espectaculares con las leyes, cuando no, comprar las conciencias en una justicia a todas luces corrompida hasta el tuétano.
Pocos son los abogados mafiosos y que generan tropelías diariamente que están presos. Mucho menos son señalados por el dedo acusador de la sociedad, porque hasta de eso se salvan al taparse, unos con otros sus desafueros al conocer el tecnicismo jurídico.
El reputado periodista Don Rafael Molina Morillo, en un escrito que hace hoy en el periódico el día, señala: “Es obvio que aquí no hay autoridad, que las leyes no se cumplen y que nadie hace nada para corregir esa irritante impunidad”.
El día que aquí se apliquen las leyes para los grandes violadores (políticos, empresarios, militares, entre otros) del orden público y las leyes existentes sean aplicadas con medidas tan fuertes como para que le cojan miedo a la autoridad, entonces ese día se minimizara la delincuencia en las calles, porque esos asesinos y delincuentes le tendrán miedo a algo.
Al margen de los preceptos cristianos que uno pueda tener, incluyendo el respeto a la vida, cuando uno echa una mirada al ejemplo de Singapur y como esta gente ha minimizado la delincuencia a un extremo tal de que se ha transformado en los últimos treinta años en un país seguro y en progreso, como que se piensa dos veces en los principios y creencias con que a uno lo han enseñado a convivir de forma civilizada.
No deseamos se nos mal interprete, pero definitivamente el ser humano tiene que temerle a algo para que reaccione y deje los desmanes.